Mil demonios. La verdad es que me pregunto si no será un poco paradójico eso del frío de mil demonios y probablemente lo es pero es que eso es lo que hacía esa semana. Poco importa si los demonios estaban o no en su medio natural. Poco importa si es que los demonios se lo llevaban a uno al infierno y uno hasta lo agradecía con tal de no soportar el frío de aquí. Lo que importa es que aquella semana rozamos los 0 grados casi todos los días ... y encima llovía.
Pero bueno, antes hay que llegar allí o aquí, según se mire. Para ello, cogí el Málaga-París de todos los lunes, con la diferencia de que esa vez vine en primera. Y no solo eso, resistí el sueño justo lo suficiente como para disfrutar del desayuno en primera, que por otro lado resultó ser más "lujoso" pero menos "apetitoso" que el bocadillo de jamón que yo me esperaba. Un bollito, jamón york, queso y alguna que otra fruslería más componían el desayuno, desayuno que acompañaba a la somera tacita de café con cereales/frutos secos que me había tomado en la sala VIP.
Después del desayuno, a dormir un rato y poco más. Llegando a París me despertaría para leer un poco y darme cuenta de que, efectivamente, ese lado es peor para viajar porque da el sol y se pone ardiendo. Y nada, el avión que llega, yo que me despido de mi ex compañero de trabajo y me dirijo a la sala VIP de París. Allí veo que hay un montón de aviones por salir y que, de los que salían, antes o a la misma hora que el mío, ninguno estaba embarcando todavía. Así que me dispuse a subir, acompañado de mi maleta pequeña, si no recuerdo mal.
Allí una chica, creo que con rasgos asiátidos, me atendió y muy amablemente me dijo que podía pasar. Entonces yo le pregunté que cómo iba de hora el avión pues había visto que no podía todavía nada. En esto que lo consulta y me dice que ... me vaya con viento fresco pues el avión iba a salir pronto. Yo me fui pensando que debería haberme callado pues todavía no se ve ningún movimiento en los monitores. Pero pronto cambiaría de opinión porque el embarque estaba empezando en ese momento y, de hecho, llegué para ponerme en la cola y al poco tiempo entrar en el avión.
Tras eso, avión hasta Viena, taxi hasta Bratislava y como de costumbre. Bueno no, como de costumbre no. Ya en París había notado un fresquete interesante y en Viena más si cabe. En Bratislava hacía frío y lo único que me salvaba es que la semana anterior me había dejado la chaqueta en el trabajo, con tal de no tener que cargar con ella.
El día pasó, salí tarde como casi siempre y me dirigí al apartamento ... a donde conseguí llegar a pesar del intenso frío. No sabía muy bien si era que hacía frío o si era que los veintitantos grados a los que estaba acostumbrado en Málaga, me habían estropeado el termómetro corporal. Comprobé que el termómetro corporal estaba bien porque, en primer lugar, notaba un frío tan intenso como el de los días más fríos que yo haya pasado nunca en Málaga (entre 3 y 5 grados) y además los pronósticos del tiempo confirmaban que esa semana los termómetros estarían precisamente alrededor de los 3 grados.
Las mismas predicciones anunciaban además posibilidad de nieve, algo completamente comprensible porque era cuestión de que hiciera menos de 0 grados y lloviera a la vez. Lo primero estaba cerca de producirse y lo segundo se produjo durante toda la semana.
Así que nada, con las manos embutidas en los bolsillos de la chaqueta, la calva perdiendo calor como si no costara y las orejas ayudando, llegué al apartamento ese lunes. El lunes iría algo mejor pertrechado aunque no mucho más pues lo fundamental eran el gorro y los guantes y ni una cosa ni las otras tenía yo en Bratislava. Eso sí, al día siguiente llevaría mi paraguas para cubrirme de la posibilidad de lluvia. Aunque como dijo un compañero, hacía viento y manejar el paraguas sería divertido.
El trabajo transcurrió como lleva transcurriendo los últimos meses y en particular las últimas semanas. Yo voy terminando mis cosas, voy enseñándoles a esta gente y día a día, se acerca el final de la asignación. Este día en concreto, casi se acerca también el final de mis manos. Con la chaqueta con el cuello hacia arriba como si fuera un vampiro y con la cremallera de la chaqueta subida y el cuello tapándome la boca, el frío en la cara se encontraba minimizado. Eso sí, en las orejas seguía haciendo un frío majete.
Y en las manos no digamos. Las manos las alternaba ora en el paraguas ora en el bolsillo para no congelármelas, a la vez que intentaba mantener el paraguas firme y no mojarme. Ahí me alegré también de haberme comprado un paraguas bueno porque por la calle se veía gente con su paraguas plegable ... plegado por el viento en la dirección contraria a la que el dueño estaba acostumbrado y sirviendo de poco, por no decir nada, contra la lluvia.
Y así pasaron el martes, el miércoles y el jueves y casi que el viernes cuando me volvería.
Un saludo, Domingo.
martes, 27 de octubre de 2009
12/10 Un frío de ...
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