El domingo nos levantamos somnolientos pero dispuestos a afrontar la segunda parte de ese largo (o al menos más largo de lo normal) fin de semana. Esta parte nos debía llevar a Budapest, a unos 180 kilómetros de Bratislava, unas dos horas y media en tren … en teoría. A Budapest se puede ir también en un crucerito por el Danubio a un módico precio de 100 euros por barba así que decidimos que mejor confiábamos en las fantásticas redes ferroviarias de la zona.
Cogimos nuestro autobús, nos bajamos en la parada indicada (esta vez sí pues ya había aprendido a no fiarme ni de internet ni de los planos que hay por dentro de los autobuses) y llegamos a la estación de trenes. Yo ardía en deseos de volver a ver a mi amiga la de los billetes para Praga pero no sé si es que le habían dado el día libre o la pillamos desayunando o simplemente se quitó del medio en cuanto nos vio. El caso es que aquello estaba petado y en los mostradores había menos gente de lo normal (supongo que por ser domingo). Tras unos minutillos de espera sacamos los billetes y aguardamos que saliera la información de nuestro tren.
Una vez salió, fuimos al andén correspondiente y al minutillo o así de estar allí, llegó el tren y nosotros entramos raudos y veloces. La verdad es que aquello fue una experiencia casi inolvidable (mucho menos que la vuelta pero casi inolvidable). Por lo pronto yo vi llegar el tren y me imaginé que había retrocedido atrás en el tiempo, a los años 40-50 para ser más exactos. De hecho, si había algo raro en la imagen del tren viniendo hacia nosotros de esa forma era el color, en primer lugar, pues le hubiera pegado mucho más ser una imagen en blanco y negro y la ausencia de locomotora de carbón en segundo.
Aunque sobre todo, lo que más me recordaba a esa típica estampa, era el hecho de que los vagones tuvieran unos ventanales que se subían y bajaban y por el cual la gente asomaba la cabeza al llegar a la estación. El cuello erguido, la mirada atenta, todas las personas del anden sometidas a su escrutinio en pos de la persona o personas amadas … vamos toda una estampa.
Nos subimos en el tren y a los pocos segundos pudimos comprobar cómo este tren era diferente al de Praga. Efectivamente estaba dividido en compartimentos a la antigua usanza, con amplios ventanales que se podían subir y hacía un calor que te morías o se podían bajar y entonces entraban un montón de "abuelitos". En los años de máquinas de vapor imagino que también entraría hollín (se supone que en vagones parecidos, no en esos mismos). La verdad es que no es de extrañar porque los autobuses o tranvías de Bratislava, al menos muchos de ellos, también recuerdan a modelos de hace bastantes años.
Entramos en un compartimento que estaba aparentemente vacío y nos situamos allí. Ya en el tren de Praga habíamos visto que es muy frecuente reservar el tren de forma que ponen tu nombre en el vagón y nadie te lo puede quitar. Nosotros entramos en uno en el que no había nombres. Al poco rato se nos unió un chico de rasgos asiáticos que no dio un ruido en todo el camino pero sí que nos distrajo con el "camarón" de la isla que llevaba. Iba además perfectamente pertrechado con su portátil y supongo que un GPS con el que buscaba el mapa que fuera, le hacía una foto con el camarón y supongo que ya allí le haría zoom cuando creyera oportuno. También estuvo bastante rato haciendo fotos por el pasillo ya que ese lado daba al río y por último también se auto sacó varias fotos. Al preguntarle yo si quería que le sacara una foto me contestó en un educado inglés que no hacía falta mientras que pensaba que ni loco iba a dejarle el camarón a un manazas como yo.
Las dos horas y media del viaje no se hicieron demasiado largas. Además al final llegó un relaciones públicas de un hostal de Budapest ofreciéndose a dar información turística y de paso información sobre su hostal. Se ve que eso es más que común tanto en Praga como en Budapest. Es decir, tú te vas a la ciudad a la aventura y una vez allí ya buscas lo que sea.
Pregunté al chico que qué nos aconsejaba para ver y nos dijo que un parque y la ciudadela. Llegamos a la estación y al bajarnos vimos cualquier cosa menos una estación de trenes de España. Me imagino que así serían también las estaciones hace unos años, pero al menos no ahora. Las típicas tiendas de una estación no eran tiendas sino stands o puestecillos aunque vender vendían de todo, había puestos de libros, de chucherías, agua, cerveza ("ya can buy cheap beer here" o algo así), había máquinas tragaperras y no recuerdo más pero sí que recuerdo que en la planta -1, donde estaban los servicios, las tragaperras, las cervezas etc se condensaban prácticamente todos los vicios :-). También había unas salas de espera un tanto, por ser clemente, desangeladas y donde no se sabía muy bien qué podías esperar allí.
Y llegó la primera odisea, mucho peor que la de Odiseo/Ulises, ¡¡dónde va a parar!!. Salimos de la estación (eso fue fácil) criticamos un poco que los alrededores de la estación fueran tan cutres (esto también fue fácil) y mientras temíamos que toda la ciudad fuera así, pusimos proa a un supuesto mercadillo que además estaba al lado del parque que nos habían aconsejado. Por si fuera poco, había una línea de metro directa desde el parque al centro de la ciudad donde teníamos el hotel. Así que todo se presentaba bien. Y todo se presentaba bien hasta que una buena señora que por motivos que no vienen al caso hablaba español, nos dijo que el mercadillo estaba en la otra dirección … y no se equivocaba. En ese momento llega por un lado una pequeña caminata para llegar al mercadillo, una gran decepción al ver ese mercadillo de segunda mano lleno de cosas viejas o antiguallas, que no antigüedades. Además había que encontrar algún sitio para comer y del grupo yo era el único que se había dado cuenta de que la señora había indicado la dirección opuesta pero simplemente pensé que todo el mundo quería ir allí.
Así que tocaba tirar de épica y hartarnos de andar hasta volvernos a meter en situación o buscar algún medio de locomoción que lo hiciera por nosotros. Por fortuna, estábamos al lado del estadio del equipo que juegue en Budapest, que no sé cuál es. Allí, en una pizzería que supongo será frecuentada por los aficionados de toda Europa que pasen por allí nos tomamos unas pizzas … y alguna que otra un baño de Nestea que como es bien sabido, es muy bueno para la piel. La camarera se disculpó con una intensidad aceptable aunque no excesiva y trajo las nuevas bebidas y las pizzas. La mía fue de queso de cabra o de oveja, no recuerdo y la verdad es que estaba muy buena además de ser muy grande. Eso sí, tuve pizza para por lo menos diez horas porque esa noche apenas cené.
Tras la pizza y algo de mareo en busca del metro, pregunté a un par de aldeanos que por allí pasaban (uno de ellos subido en su camión de la limpieza) y me señalaron los "bajos" del estadio. Allí nos dirigimos y, efectivamente, encontramos la parada. Mientras se sacaban o no los tickets, un hombre salía murmurando algo ininteligible. En esto que me preguntan: ¿qué habrá dicho?. Y yo respondí algo así como que seguro que había dicho que en todos lados igual que la gente es una incompetente o algo así. A continuación volvieron de la taquilla la mujer y el hijo del señor y empezaron a comentar con él en un español más madrileño que yo mismo (que por otro lado no soy madrileño). La señora también nos dijo que el dinero de allí no servía para nada, que te daban monedas de valor ínfimo y tal. Era cierto, un euro eran aproximadamente 250 florines o forintos o lo que sea húngaros.
Entramos en el metro y allí me encontré probablemente con uno de los mejores metros que haya visto yo nunca y el mejor en relación edad/conservación. Ciertamente las nuevas líneas de Londres eran futuristas con una pared de metracrilato en el borde de la vía y un hueco que se abría cuando llegaba y paraba el metro. Este no, este tenía unos vagones que deberían estar casi en un museo. Más antiguos, diría yo, que los vagones de tren en los que habíamos venido. Eso sí, casi podías comer en el suelo porque estaba todo reluciente … escamondaíto que dirían algunos.
El tren llegó a su parada y una vez fuera, me tocó coger de nuevo el mapa para orientarnos y conseguir llegar al hotel. Es lo que tiene uno, un instinto natural y un poderío de orientación que ni el Bear Grylls :-). Así que tras callejear un poco, llegamos al hotel. Nada más llegar tuve la sensación de que se trataba de un hotelito, casi un hostal a causa de su ajustada recepción y reducida zona de desayuno. Luego subiría a la habitación y vería que en absoluto. La verdad es que no recuerdo haber estado en habitaciones mejores ya que, de hecho, esta era prácticamente un apartamento.
Tras el refresco oportuno, bajamos para encontrarnos con que el último autobús turístico había pasado y habría que esperar al día siguiente. Casi al final del día encontramos otro puesto en el que nos ofrecían, prácticamente por el mismo precio, el viaje en autobús y un paseíto por el Danubio. Decidimos que el día siguiente lo pasaríamos en esas dos cosas. Así que dedicamos el resto de la tarde noche a hacer turismo por la zona central/comercial de Budapest. El centro es bonito y principalmente gira en torno a una calle principal partida casi en dos, una dedicada más a comercios y otra dedicada más a restaurantes.
En la que estaba más dedicada a los comercios realizamos las compras de última hora. Mejor dicho, realizamos las compras que habían quedado pendientes de Praga. En mi caso unas camisetas para los niños y creo que ya está. Tras dar varias vueltas por la zona, incluyendo el "paseo riítimo", ya era lo suficientemente tarde como para cenar algo para las pocas ganas que la pizza había dejado y, por supuesto, repetir el dulce típico de Praga … que también es típico en Budapest. Eso sí, curiosamente no lo he visto en Bratislava. Habrá que investigar.
Ya por último, paseando de vuelta al hotel, nos encontramos con señoras mayores vendiendo paños hechos a mano. La verdad es que eran muy bonitos y tenían pinta de tener "una trabajera grande". La primera, nos abordó parloteando un poco de italiano, inglés etc. Le dijimos que eran muy bonitos pero que no nos quedaba moneda local y entonces ella de forma diligente se ofreció a cobrar en euros. Fueron 15 euros aunque posiblemente se hubiera podido regatear algo pero, la verdad, en un viaje de este tipo regatearle un par de euros a una señora anciana (por mucho que luego resulte ser peor que un dolor) como que no apetece. Unos metros más adelante vimos a otra señora todavía más anciana pero … esta no pudo tener tanta suerte.
Al final, llegamos al hotel, soltamos las cosas y a descansar, que ya no veas cómo se notaba el cansancio en las piernas. A la mañana siguiente, desayunamos, hicimos el check in y nos dispusimos a coger el autobús y el crucero que habíamos visto la tarde anterior. Si el de la tarde anterior chapurreaba cuatro palabras en español, la chica de ese día hablaba muy aceptablemente. ¡Qué caña esta gente!. Compramos los tickets y nos subimos a uno de esos autobuses … no al autobús rosa de la Barbie no, que ese era para la visita express; nosotros nos subimos al otro.
Lo primero que hice al subirme fue pedir un sombrerito de paja ya que la paja, además de otros muy nobles oficios, también tiene el de protector de calvas. Y menos mal porque me quemé, ligeramente es verdad, pero me quemé el brazo que estaba más expuesto al sol. En cuanto a lo que es el viaje en sí, creo que cuando vayamos a algún lado va a ser prácticamente lo primero que hagamos. En cuestión de un par de horas y por un precio aceptable te haces una idea de los mejores sitios turísticos de la ciudad con la ventaja de poder subirte y bajarte donde te dé la gana. Además suele venir con algún que otro descuento que nunca está de más.
Por ejemplo, uno de los descuentos era para un parque/museo lleno de estatuas de la época comunista que se han ido quitando de Budapest y que han ido almacenando allí. No íbamos a ir de todas formas porque ya había suficientes cosas para ver allí como para encima irse fuera de la ciudad pero bueno, el descuento estaba allí. También había para un helado del MacDonads con un menú o algo así :-).
El viaje comenzó y ya casi desde el principio me empezó a gustar porque Budapest es eminentemente una ciudad de arquitectura neoclásica y yo debo ser algo así como el tonto del neoclacisismo. Poco después llegamos al parque que nos habían indicado y en particular a una plaza rodeada por un conjunto escultural bastante bonito y estos a su vez rodeados por varios edificios también bastante interesantes y cada uno con su historia, claro está. De allí seguimos visitando la ciudad, la parte judía, la parte universitaria con premios Nobel cada tres pasos y alguna que otra cosa más. Posteriormente fuimos a la Ciudadela, cruzando el río y ya en la parte de Pest. Desde allí hay unas vistas extraordinarias de Budapest y del Danubio. Allí el autobús paró durante unos 10 minutos que la verdad es que estuvieron bien y aprovechamos para estirar las piernas. Además aprovechamos casi por obligación porque el autobús en marcha estaba bien pero parado era un pequeño horno a pesar de ser descapotable como ya se habrá deducido del hecho de que cogiera un sombrero de paja :-).
Tras la Ciudadela llegó la parte del Castillo y luego del Parlamento. Lamentablemente no hubo tiempo para ver ninguna de las cosas con calma pero bueno, al menos las vimos. Por último el autobús nos dejó donde habíamos salido a una hora prudencial para comer. Comimos cerca de la calle central en un restaurante llamado algo así como "La Oveja" y cuya decoración estaba basada en elementos "establiles". Yo no podía irme de Budapest sin probar el auténtico goulash o lo que parecía allí más típico, la sopa de goulash. Me lo pedí y me gustó mucho, no en vano es calcado a estofado con caldo que hace mi madre :-). También me pedí unos albondigones de cordero rellenos de queso que tampoco estaban del todo mal, aunque me gustó más el goulash.
Tras la comida fuimos al barquito y en el muelle nos llevamos la sorpresa de ver que había un paréntesis en las salidas debido a las celebraciones del día grande de Budapest. De hecho, durante todo el día habíamos podido ver aviones sobrevolando el río haciendo maniobras acrobáticas. Se ve que querían evitar que los pilotos de los aviones hicieran algún viaje gratis en el barco o que algún pasajero del barco hiciera un viaje gratis en el avión.
Como teníamos que esperar un rato, volvimos a la zona de las tiendas y de los dulces. Por allí dimos otra vuelta justo para hacer tiempo y volver al muelle. Cuando llegamos el barco ya estaba medio lleno y poco después se terminó de llenar. Al rato partió y durante unos 45 minutos fue remontando la corriente comentando todo acerca de los edificios que se veían en la parte de Buda o de la isla que estaba allí en mitad del río. Luego, unos 15 minutos de descenso y listos para ir al hotel a recoger las cosas.
Recogimos las cosas, tiramos para la estación y llegamos a tiempo … de estar esperando un rato. Aunque si llegamos a saber lo que nos esperaba casi nos quedamos en Budapest :-D.
Por no hacerlo muy largo, teníamos que salir a las 8 y salimos a las 9. El tren estaba más que petado, petadísimo. La gente en los pasillos, no tirada porque al no haber aire acondicionado sacaban las manos por las minúsculas aberturas, en otros sitos llamados ventanas, para refrescarse. Los que iban en los compartimentos no quiero ni pensarlo. De hecho, nosotros en un primer momento nos metimos en un compartimento pero al poco tiempo llegaron sus dueños legítimos y nos tuvimos que salir. Y casi fue lo mejor que hicimos porque nos apalancamos en la entrada al vagón, en las escaleras para ser más exactos, que allí hacía menos calor. Allí estuvimos esperando la hora de rigor hasta que el tren quiso salir. Poco después de salir, ¡¡¡pasa el revisor!!!. A ver, señor, ¿por qué no pasa usted antes de salir que ha tenido una hora y si tiene que echar a alguien que no tenga billete lo echa y nos hace un favor?.
Pues no, al revisor además le daba lo mismo ocho que ochenta. Más tarde intentó pasar al vagón contiguo pero al estar el paso cubierto de maletas, simplemente desistió. Y todo esto con un calor infernal porque el aire acondicionado no funcionaba y los vagones solo tenían mini-ventanas ya que se suponía que con el aire era suficiente.
Durante el viaje, algo continuo fue el trasiego de pasajeros que entraban y salían de los pasillos o de los vagones para ir al servicio. Uno de ellos a tirar el aceite del atún, a lavar unos tomates … con agua mineral porque tampoco había agua en el lavabo etc. Aparte, también entablamos conversación con unos gaditanos que iban para Bratislava. No les pregunté pero por las pintas creo que ellos, así como la mayoría de gente, venía del festival de música que se había celebrado en Budapest los días anteriores. Algo parecido a Sigest creo que se llamaba.
Bueno, pues así estuvimos durante dos horas y media, sentados en el suelo lo que a la postre tendría sus efectos para el día siguiente ya que nuestras posaderas están ellas más acostumbradas a mullidos asientos que a duros suelos. ¡¡¡La juventud de hoy no vale nada :-S!!!. Parar pararíamos un par de veces. En una de ellas me alegré porque vi bajarse a mucha gente. Eso sí, duró poco porque subieron otros tantos. Yo creo que era gente que ya se conocía el percal porque los de esa estación prácticamente todos tenían sus asientos reservados. Lo que no contaban era con el calor, claro.
Ya cerca de Bratislava, se subió un fornido agricultor que llevaba un par de bolsas llenas de pimientos de diferentes colores, incluidos unos "béticos desteñidos" pues eran de un verde blancuzco o de un verde blanquecino. Llevaba también una bolsa de viaja en la que, entre otras cosas, tenía una litrona que llegado el momento se apresuró a consumir. El calor es que es muy malo, ya se sabe.
Y sobre las 11 y media o así, pisamos andén dando gracias a Dios de que no hubiera pasado nada (es que luego así es como pasan las desgracias) y prestos a coger un taxi, nada de autobuses a esa hora, para el apartamento. Llegamos al apartamento y supongo que me ducharía y a dormir porque no recuerdo mucho más.
Al día siguiente o al otro comenté lo del viaje y, para mi sorpresa, me encontré con que es bastante "típico" aquí. Así que nada, esta gente debe flipar cuando va a otros sitios, primero con los precios (mucho más caros, eso sí) y luego con los trenes. Y con eso se acabó la primera gira por Europa Central.
Un saludo, Domingo.
lunes, 31 de agosto de 2009
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16/08 Budapest |
viernes, 28 de agosto de 2009
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14/08 Praga |
El día amaneció pintando mal. Según el pronóstico del tiempo iba a llover ese fin de semana en Bratislava aun cuando haría bueno en Praga. Pues sí, en Bratislava llovió esa mañana. Y además de llover me equivoqué en el cambio de parada para coger el autobús que llevaría a la estación de autobuses. A pesar de todo no debía ser problema porque según Google Maps nos bajaríamos cerca. Y cerca, más o menos, nos bajamos pero la estación de autobuses no estaba donde Google había señalado la noche anterior. De hecho, acabo de buscar ahora (desde entonces no lo había hecho) y ya me doy cuenta del fallo.
No sé muy bien por qué pero aparecen dos estaciones centrales y cuando pulsas en el mapa se centra en la primera, esa que no aparecía por ninguna parte, no sé si es que antiguamente lo sería o qué pasa. La otra, en vez de estar a 5 minutos de nuestra parada estaba a unos 10-15 minutos andando.
Total que mojándonos, maldiciendo Google Maps y con alguna que otra cara rara llegamos a la estación y compramos los billetes. Curiosa la cara de tu padre, que diría Melendi y que diría la señorita que me atendió tras el cristal. Le pedí dos billetes para Praga y me dijo que eran 48 euros. Entonces me recuerdan, de forma más que acertada, que tienen que ser ida y vuelta. Se lo digo a la señora (que ya de por sí no parecía muy contenta) y le faltó poco para escupirme a la cara. Yo creo que no lo hizo porque sabía que por mucho que tuviera la lengua como los ofidios, su veneno no podría traspasar el cristal.
Por lo pronto puso cara de "estos turistas son estúpidos" luego tecleó unos números en la calculadora y me enseñó que la ida y la vuelta eran 60 euros los dos billetes (curioso, 48 ida y 60 ida y vuelta). Luego, sin parar de refunfuñar en ningún momento, puso y quitó billetes hasta que finalmente me dio un único billete en el que, por la falta de costumbre, no podíamos entender nada. En primer lugar no sabíamos si era válido para dos personas o no pero la petición había sido clara, tan clara como su enfado. En segundo lugar tampoco aparecía nada sobre la vuelta. Creo recordar que pregunté si la vuelta era abierta y girando la cabeza como la niña del exorcista me dijo que sí. No pregunté más.
La siguiente pregunta fue para alguien con menos mala pipa, una chica que estaba esperando el tren y a la que pregunté cómo funcionaba aquello, si teníamos que esperar a que apareciera el andén en la pantalla etc. Muy amablemente me lo indicó y a los pocos minutos llegó el tren al andén número 1 por lo que ni siquiera tendríamos que pasar por debajo para acceder a los otros andenes sino que directamente podíamos coger allí el tren.
Subimos al tren un poco moscas por lo de tener un solo billete porque el 2Kl que aparecía por allí ya había deducido yo que se trataba de "segunda clase" como ya hace tiempo me pasó en los billetes de Zurich. Pero no pasó nada, llegó el revisor (bueno, pasaron varios durante el viaje), selló el billete y continuamos el viaje de 4 horas y media hasta la capital de la República Checa. Allí llegaríamos sobre las 13:30 después de haber desperdiciado una hora de sueño por culpa de Google y después de no saber muy bien cómo ponernos, de comer algunos que otros panecillos con sabor a cebolla, zumos multivitaminados, algo de bizcocho de chocolate y escuchar la radio del móvil.
Nada más salir nos encontramos con montones de carteles que nos avisaban de que la moneda en Praga no era el euro sino la corona checa. Estos bienintencionados anuncios tenían por objetivo que cambiaras tus euros por coronas en los sitios destinados a tal efecto en la estación. El cambio aproximado era de un euro, 25 coronas checas por lo que el cálculo de precios no sería demasiado complicado. Sacamos de cajero más que cambiar, nos tomamos unas pizzas en un puestecillo que había por allí y justo en ese momento empezó algo que no nos abandonaría durante todo el viaje a Praga: teníamos al lado gente hablando español.
Si bien en ese momento para mí supuso como un soplo de viento fresco, luego me acabaría hartando pues la ciudad estaba de turistas hasta la bandera y a mí este tipo de sitios no me gusta. De hecho esa debe ser la principal razón por la que en general no me gustó demasiado Praga. Tras la pizza, cogimos el metro y llegamos a la ciudad. Nos bajamos en una de las plazas principales y la verdad es que la cosa prometía. Pero, he aquí el segundo problema del día, la víspera no me había acordado de sacar los detalles del hotel por la impresora así que lo único que pude hacer en la casa fue meterlos en el pendrive. A pesar de todo, se suponía que estaba muy cerca, pero no lo veíamos Así que tras preguntar en un par de hoteles llegamos a la conclusión de que lo mejor era mirar en internet. Entramos en un hotel y por unos 3 euros o así contratamos media hora de internet.
El ordenador, con su linux, nos indicó pronto que el hotel no estaba donde aparecía en el plano (ya era el segundo problema con internet ese día) sino más abajo. Metí el pendrive y vi que efectivamente la dirección que aparecía en la factura era esa misma por lo que ya no cabía duda. Nos tomamos el zumo que venía gratis con la media hora de internet, dimos las gracias y nos marchamos al hotel. Tras unos 5 minutillos andando llegamos al hotel donde un amable mozo checo, conocedor de las noches de Málaga, Benalmádena, Fuengirola etc, nos estaba hablando en español en cuanto vio los nombres y los carnets de identidad. Durante ese día no paré de referirme a él como Darek o Dudek aunque sabía que su nombre real era Radek o algo parecido. En cualquier caso, el chaval fue realmente amable con nosotros y nos ayudó en todo lo que pudo, incluyendo las pastillas para el dolor de cabeza que se habían quedado en Bratislava.
Subimos a la habitación, pequeña pero funcional y tras asearnos un poco, procedimos a bajar y posteriormente hacer el recorrido que Radek nos indicaría, primero el castillo y luego andando por el barrio antiguo. Cogimos un tranvía para subir al castillo y, además de unos jardines bastante bonitos, yo me quedé flipando (si es que se puede usar esa expresión para hablar de una catedral) con la catedral que había junto al castillo. Así de las que recuerdo es la más bonita, no demasiado grande pero estéticamente preciosa y, sobre todo, con muchas gárgolas :-).
Bajamos del castillo andando, llegamos a la zona antigua y allí probaríamos uno de los dulces típicos tanto de Praga como de Budapest y que no he visto en Bratislava. Se trata de una pasta que hornean sobre un molde cilíndrico, espolvorean con vainilla, canela, cacao, chocolate, almendras o lo que sea y te la sirven calentita. Ese dulce simplemente está buenísimo, sobre todo recién horneado.
A continuación dimos un par de vueltas por el centro encontrándonos para mi desolación que la mayoría de las cosas que se suponen turísticas están más negras que el hollín y su belleza a mí me parecía cuestionable, más allá del hecho de que se trate algo histórico empotrado en una ciudad turística. Tras las vueltas tocó dar más vueltas hasta el restaurante indio donde por defecto todo estaba muy picante. Cenamos a precio de España y finalmente regresamos al hotel con la intención de descansar para el día siguiente.
El día siguiente, más que de turismo fue de compras. Una vez superado el dolor de cabeza matutino, en uno de los recovecos del centro nos encontramos un puestecillo, bueno unos ochenta puestecillos de cosas de artesanía, objetos típicos y tal. En una primera pasada se identificaron las cosas que se iban a regalar (en mi caso sobre todo un caballito que bajaba solo por una rampa y que si mi ahijada no lo quería, ya me encargaría yo de darle uso :-D).
Tras esa primera vuelta en la que también se pudo observar que se podía pagar en euros (tal como yo había predicho antes del viaje pues me pareció lo más lógico) y que las conversiones además eran correctas, fuimos re-viendo el centro histórico, la orilla del Danubio etc. A continuación comimos en "La manzana" que sería la traducción al español de un nombre que ciertamente era muy parecido si no igual a "manzana" en eslovaco. Yo me pedí un "plato de los montes" pero de allí compuesto por carne de pato, de cerdo y de no sé qué. Y casi con las mismas seguimos los pasos de la tarde anterior para, desviándonos convenientemente, volver al mercadillo donde ya sí efectuamos las compras.
Cargados y bien cargados, salimos del hotel con dirección a la parada de trenes que en este caso era una diferente. Una vez allí, nos encontramos con que había que pagar un recargo pues ese tren era el "AVE" de allí y había que pagar la diferencia. Serían aproximadamente las seis y media y sobre las 10 y media, tras acabar con la batería del móvil jugando creo que por primera vez a los juegos que traía, llegamos de nuevo a Bratislava. Una vez allí tuvimos que esperar al segundo autobús debido a que en el primero falló la organización y sobre las 11 y media o así estábamos ya en el apartamento dispuestos a descansar para el viaje a Budapest …. Que eso tendrá también tela que cortar y que contar.
Un saludo, Domingo.
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12/08 La llegada |
La tarde anterior había estado trabajando hasta las 8 y pico. Lo recuerdo porque estaba interesado en acabar lo que estaba haciendo habida cuenta de que el viernes me lo iba a tomar libre. Pero no solo lo recuerdo por eso, lo recuerdo también porque a las 8 y pico me llamaron del aeropuerto de Viena para decirme que ya tenían la maleta. Al parecer habían estado intentando contactar conmigo durante la mañana pero yo estaba reunido y no me enteré (y tampoco me dijeron nada). Quedaron en enviármela al día siguiente … justo a tiempo.
Por la mañana fui al trabajo como siempre y pronto recibí el mensaje acerca de que el avión de Málaga iba con retraso, con bastante retraso. Finalmente saldría unas tres horas más tarde de lo previsto. Calculo que poco después de salir el avión de allí, me llamarían de la maleta para decirme que estaban en el parking del edificio. Bajé, miré y remiré pero allí no había nadie. Finalmente, al inicio del aparcamiento, vi un coche familiar, muy distinto a la furgoneta que yo buscaba y que me había llevado la maleta la primera vez. Firmé, subí la maleta al trabajo e hice tiempo para volver al apartamento a dejarlo todo y a recibir a la visita.
Sobre las 3 y media o así, me despedí momentáneamente de mis compañeros y con mi maletita a rastras me dirigí al apartamento. Una vez allí, la deshice, saqué todo, lo coloqué y esperé un rato hasta que finalmente llegó el taxi procedente del aeropuerto. La verdad es que me pillaron en fuera de juego porque pensando que no habría problema me bajé sin el móvil y con "La Eneida" a la que le quedaban todavía unas cuarenta páginas para acabarla (por cierto, me gustó más tanto la Ilíada como la Odisea o al menos guardo mejor recuerdo). El caso es que cuando me vine a dar cuenta me estaban llamando a voces porque el taxista les había cobrado en efectivo (no debía porque en teoría ya estaba pagado pero eso es otra cosa), y les estaba haciendo la factura aunque no sabían muy bien a nombre de quién ponerla.
Eventualmente se pudo subir al apartamento y tras explicaciones varias, incluyendo que no hacía falta por el momento ir al centro, me volví para el trabajo a acabar mi jornada laboral. La verdad es que por un día que hubiera salido antes tampoco hubiera pasado nada pero bueno, tampoco quería que por lo que fuera estuvieran hablando de mí. Estuve en el trabajo otro rato medio tonteando con una cosa y con otra y al acabar, me dirigí de nuevo al apartamento. Allí llegué, habían comprado ya tropecientas cosas en el Lidl y tras ducharme y eso salimos a cenar a la "Taverna" griega que hay por aquí cerca y que pasa por ser no solo el mejor restaurante griego de Bratislava sino también un restaurante griego auténtico con auténticos productos importados desde Grecia. Cenamos, volvimos para el apartamento, vimos que el sofá cama realmente era sofá cama, tuve la tentación de apuñalar por la espalda al colchón inflable pero bueno, al final quedó solo en la tentación. Y menos mal porque al día siguiente decidirían que hacía falta.
El día siguiente la verdad es que tampoco es que tenga mucho que contar. Fue básicamente el típico día de Bratislava con sus horas de trabajo, llegar más o menos tardecillo al apartamento y con la única peculiaridad de que el resto de personas también llegaron tardecillo y al final cenamos allí en vez de salir a ningún lado.
Un saludo, Domingo.
jueves, 27 de agosto de 2009
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10/08 Business Class |
Ha pasado más tiempo del que me hubiera gustado pero las cosas son como son y no de otra manera. Me arriesgo a … mejor dicho, es seguro que ya habré olvidado muchos detalles y posiblemente inventado otros nuevos por lo que en cierta forma esto también tiene su interés :-). Además otras veces que me ha pasado, también me he sorprendido recordando momentos puntuales que ya creía casi olvidados. Esta vez no será diferente así que empecemos.
Ese lunes volé desde Málaga hasta París sin demasiado que comentar excepto que debí dormir una horilla o así y posteriormente me puse a leer. Me bajé del avión, cogí el autobús camino de la terminal y, al llegar allí, me di cuenta de que había perdido el marcapáginas que había cogido el viernes anterior. Aproveché que a la llegada a la terminal hay un Relay un poquito más pequeño que el otro en el que había cogido el marcapáginas y cogí otro que sustituyera al perdido (supongo que se me caería en el avión). o al menos no recuerdo nada remarcable.
En la puerta de embarque, procedí "comme d'habitude" y tras la obligada espera, abrieron y empezamos a pasar. Al llegar yo, pasaron el billete de Air Europa y el aparato se iluminó con un rojo que no parecía presagiar nada bueno. Supongo que estaría intentando decidir en qué idioma iba a hablar con el azafato y qué iba a decirle cuando él me dijo algo. Creo que era que si hablaba francés. Al ver mi DNI me preguntó que si hablaba español. En ese momento creo que le respondí que sí hablaba francés y luego que sí que era español (ya dicen por ahí que mi cerebro va con retraso para según qué cosas :-D). No hubo lugar a mucha confusión pues el azafato procedió a decirme que iba a volar en clase Businees. Le pidió un billete a su compañera de al lado, que se lo dio y él me lo entregó a mí. Le di las gracias y marché para dentro.
Precisamente, después de tantos viajes, me había preguntado recientemente cómo debía ser volar en Business pues si bien otros compañeros lo han hecho ocasionalmente por el motivo que fuera (normalmente por overbooking y la compañía aérea los recolocaba en Business), yo todavía no lo había experimentado. Solo sabía lo que decían por los altavoces que era que estos pasajeros recibían un almuerzo caliente en vez del sándwich frío que nos dan a los humanos. Por cierto, que también tengo pendiente una reflexión en el otro blog acerca de por qué los que tanto abogan por la igualdad de todas las personas no se quejan por el clasismo que supone viajar en Business, pero eso es otra cosa. A ver si me da tiempo.
Así que a lo que vamos, entré en el avión con mi mochila del Decathlon curtida en mil partidos y algún que otro viaje y me senté donde indicaba mi billete. A mi lado (con un sitio de por medio por eso de ser clase Business y viajar más cómodo) había una chica que parecía, cuando menos, emocionada. La reacción normal del lector en este punto será pensar que estaba emocionada de verme a mí. No en vano hay "cienes" y "cienes" de personas que solo viven para ello. Pues no, no era el caso. No tengo ni idea de si lloraba porque tenía miedo a volar, porque le había dejado el novio o porque le había entrado algo en el ojo. El caso es que la azafata le ofreció traerle algo. Ella, en un perfecto alemán, pidió una cocacola. La azafata se la trajo y pareció calmarse. Tras eso, o antes, no sé, se dirigió a mí en un también perfecto francés para que me apartara y pudiera ella colocar su maleta, su bolso o lo que fuera en los compartimentos de arriba. La verdad es que no la entendí muy bien pero bueno, tampoco era muy complicado adivinar lo que quería.
Y con estas el avión despega y la azafata vuelve a preguntarle a la chica si quiere algo (creo que dijo que no) para poco después servir la comida con la cual volvió a preguntar si quería algo a lo que la chica creo que pidió una ginebra o algo así. Yo pedí agua y la azafata se quedó más planchadilla, pero es lo que hay. Nos sirvieron la comida, diferentes panes para elegir, gambas con tomate, ensalada y arroz cocido, carne con no recuerdo qué acompañamiento y algo de postre; supongo que algún tipo de pastel.
La experiencia sin duda resultó gratificante, aparte de la rara experiencia de viajar con María Magdalena al lado durante los primeros compases del vuelo, claro está. La azafata no cesaba de preguntar si no quería nada más (debe ser raro que solo pidan agua y como además me habían puesto dos botellitas …). El resto del vuelo lo pasé leyendo tranquilamente, más cómodo que en clase turista pero leyendo igual. Al final el avión llegó, la azafata me dio las gracias, yo se las devolví (o al revés), mi compañera de viaje no recuerdo pero supongo que saldría pitada deseando salir del avión y yo me dirigí a la salida a buscar al taxista, como siempre.
Bueno, no. Antes de buscar al taxista salí a comprobar que, de nuevo, mi maleta no estaba entre las que salían por la cinta. Esperé un tiempo prudencial y fui a poner la pertinente queja. Allí el chico de Air France (normalmente era una chica de ascendencia india) me dijo que todo lo que sea estar menos de hora y media en París prácticamente conlleva que la maleta llegue con retraso. Tras poner la queja sí que salí a buscar al taxista que supuestamente debía llevar un rato esperándome.
Y creo que fue esta vez la vez en que me encontré con mi "taxista favorito" pues el hombre es así cincuentón, muy amable y este verano veraneaba en Mallorca con su señora. Le pregunté porque llevaba un rato esperando al que debía recogerme y él había llegado hacía un momento sin prisas por lo que suponía que no me buscaba a mí. Él me dijo que iba a llamar a su jefe y llamándolo estaba cuando llegó su compañero. Se disculpó y nos dirigimos para Bratislava a donde llegaríamos casi a las 14:00 o así.
Una vez en el trabajo, pues la cosa normal, más o menos como siempre. En este caso preparando precisamente las cosas con las que estamos ahora pero poco más. Del trabajo salí no demasiado tarde pues pensé que mejor era recoger la copia de las llaves ese mismo día más que al día siguiente. Debían casi las 6 y media cuando salí y el objetivo era llegar a la oficina donde tenía que recogerlas antes de las 7 y media. Consulté con un compañero la mejor opción y la seguí. Primero dejé las cosas en el apartamento (no quería ir cargando con las dos mochilas todo el rato) y luego bajé a coger el autobús número 70 que era el que paraba cerca del edificio. Por un momento pensé que lo había perdido y tendría que esperar pero un par de minutos más tarde llegó y supe que más o menos iba bien de tiempo.
Me bajé del autobús donde me indicaron y empecé a caminar hacia donde creía que debía dirigirme. Pronto vi que me había equivocado de dirección así que tuve que dar un rodeo en el que tampoco perdí demasiado tiempo. Sobre las 19:20 llegué al edificio. No me querían dejar pasar sin la tarjeta (que me había dejado en el apartamento) y tras decir yo que si tenía que firmar me dijeron que pasara pero que me diera prisa. Subí (recuerdo que llevaba mi paraguas pues en la web ponía que esa tarde-noche llovería) y me encontré con la recepción cerrada. Todavía faltaban 10 minutos para la hora oficial de cierre así que me extrañó mucho. Tras sesenta segundos preñados de incertidumbre (hay que darle un toquecito literario al tema) llegó la secretaria y abrió la puerta.
Le comenté que iba a recoger las llaves y se quedó a cuadros pues no sabía nada. Empezó a rebuscar por allí y finalmente las encontró. Me ofrecí a identificarme … just in case pero no fue necesario. Cogí las llaves, uno o dos caramelos y bajé. Salí del edificio echándole una mirada al bedel en la que se podía leer … "ya te decía que serían solo 5 minutos".
Tras recoger las llaves, procedí a darme una vuelta por territorio inexplorado. En este caso se trataba de llegar al centro comercial pasando previamente por el "puente de hierro". Llegué a la orilla del Danubio y giré hacia donde estaba el puente. Pasé al lado de una estatua que recordaba los tiempos del comunismo aunque mi incultura me impedía relacionarla con nada en concreto. En particular se trataba de dos partisanos, uno que parecía un personaje de cómic, no sé si un capitán de alguna nave con un parche en un ojo. Pues así estaba este personaje con un parche en un ojo herido llevando a otro partisano herido de gravedad mientras con la otra mano empuñaba una pistola.
Pasé el monumento y llegué al puente. La verdad es que el puente acojona. Es bastante estrecho y dos autobuses tienen casi pararse para asegurarse de que no se tocan (lo viví a la vuelta estando dentro de uno). Por fuera, hay unos pasos peatonales con el suelo de madera y la peculiaridad de que la madera se va hundiendo conforme la vas pisando. El efecto es un tanto curioso cuando ves a una bicicleta venir hacia ti con toda la normalidad del mundo pero si como yo tienes miedo a las alturas sin barandilla ya la curiosidad se pierde. A pesar de todo es una experiencia bonita que quiero repetir aunque esta vez con la cámara en la mano. A ver si pudiera ser y fuera hoy. Por cierto, el puente se tarda bastante en cruzarlo porque el Danubio lleva un poquito de agua de lado a lado.
Tras el puente llega el parque más antiguo de Europa Central. Eso es algo que aprendí al día siguiente pero que noté ese mismo día. Los árboles son impresionantes, muy altos y se ve a la legua que no llevan dos días allí. Visto desde afuera, realmente no parece un parque sino casi un bosque. Entonces ya entras y ves a la gente haciendo deporte o sentada en bancos o lo que sea.
Terminé de cruzar también el parque y llegué al otro parque, el comercial. Allí aproveché para comprar algo de ropa de deporte, unos pantalones cortos y poco más. Finalmente cogí el autobús camino del apartamento (me di cuenta que el autobús paraba justo en frente del hotel que tuve al principio y yo como un tonto cogiendo taxis que me clavaban :S).
Y ya está, queda el día siguiente en el que terminé de preparar alguna de las cosas, compré otras de comida y, sobre todo, me dispuse a inflar el colchón. Saqué mi inflador que había comprado ex profeso en el Lidl y me di cuenta de que no hubiera estado mal de haber tenido que inflar una rueda o un balón de fútbol, pero que para un colchón, como que no valía. Así que nada, todo hacía presagiar que me haría falta alguna máquina de inflar con compresor que realmente no tenía. Hasta que me di cuenta de que sí que tenía una máquina de inflar con compresor que tendría que servir sí o sí … YO. Y puse a soplar y a soplar como el lobo de los cerditos contra la casa de ladrillos. Y como el lobo, por más que soplaba aquello no se movía. No sé la de veces que tuve que dejarlo porque me mareaba del esfuerzo pero imagino que entre la mil y la mil quinientas aquello empezó a coger algo de volumen y luego un poquito más y luego un poquito más hasta que ya quedó más o menos aceptable. A la mañana del día siguiente le daría los tres o cuatro últimos soplidos y ya está. Lo malo fue cuando me enseñaron que el sofá del ikea sí que era sofá cama y sí que la cama sí que se podía sacar … un poco más y rajo el colchón inflable :-).
jueves, 13 de agosto de 2009
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03/08 Nihil Novum Sub Solem |
La verdad es que la semana pasada fue probablemente la que se me pasó más rápido porque fue también la que semana en la que menos pasó. Intento echar la vista atrás y solo puedo recordar que el lunes debió empezar y casi acabar con un Jules Verne al que le quedarían unas 40 páginas por leer y ... poco más.
Supongo que el lunes saldría tarde, al igual que varios de los demás días. Es curioso porque en el trabajo tampoco es que estuviera hasta arriba, pero sí que entre una cosa y la otra acabé saliendo tardecillo un par de días, el otro fui a comprar al Lidl y el último me dio un ataque de pereza y me quedé en el apartamento. Y allí en el apartamento tampoco es que hiciera mucho salvo ir acabando con las existencias que tenía. Por no hacer, ni probé la bomba de inflar portátil que me compré pensando en el colchón que había comprado en el Carrefour tiempo ha. Y así me fue esta semana que me encontré con que no servía y tuve que acabar hinchando el colchón a pulmón jejeje.
Así que la semana se puede resumir en que, al contrario de lo que me había propuesto, no salí ningún día a dar una vuelta (para eso ya me desquitaré entre esta y la próxima) y que entre avión y avión acabé "De la Terre à la Lune" y empecé "La Eneida". Lo único que quizás merece una mención aparte es el viernes. Por lo pronto, el viernes no tuve problemas "de nervios" con el taxi, pues ya me encargué de reservarlo con anterioridad. Pero en cambio, en Málaga me siguen tocando taxistas extraños como este que tras cobrarme 22 euros no quería darme cambio de 40. Yo solo tenía un euro suelto y todavía no sé si me propuso cobrar solo 21 o no pues acabó la frase con algo así como ... "bueno da igual, dame eso si yo ya de aquí me voy a dormir y ya me da igual".
Además, el viernes el vuelo de Viena llegó bastante antes de lo acostumbrado y me permití hasta darme una mini-vuelta antes de entrar a la puerta de embarque. En la minivuelta cogí un marcapáginas gratuito del "Relay" que me gustó porque parecía resistente y además no era muy grande. Ese mismo marcapáginas se me debió caer el lunes pasado al salir del avión o algo así. Así que entré en el otro Relay que había antes y cogí otro marcapáginas similar (solo que este hacían publicidad de un autor en vez de una autora).
En cambio, el París-Málaga se retrasó y el viernes fue el día que más tarde he llegado a Málaga, pasadas las once y media y a mi casa, sobre las doce. No sé muy bien si a causa de eso o por qué pero ese viernes me encontraba también más cansado de lo habitual. También pudo influir el hecho de que no hubiera hecho nada durante la semana aunque el sábado fui a jugar al fútbol y me encontré bien. No sé.
Y ya para acabar, como comentaba antes, en el trabajo tampoco es que estuviera hasta arriba pero sí que estaba con una cosa interesante y que quería acabar. Se trataba de cambiar completamente la filosofía de lo que habíamos hecho en Málaga e implementar algo mucho más seguro. Al final yo creo que la solución a la que he llegado es bastante buena y fácil de mantener. Ahora solo queda que les guste :-).
En cuanto a esta semana, sí que tengo bastantes más cosas que contar como la nueva pérdida de la maleta, la recogida de llaves, el puente sobre el río ... Danubio, la ropa de deporte, el hinchado de colchón, etc... Lo que no sé es cuándo podré escribirlo pues este fin de semana se presenta ajetreado con visitas a Praga y Budapest y, sin solución de continuidad, volveré al trabajo el martes próximo.
Un saludo, Domingo.
jueves, 6 de agosto de 2009
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31/07 Despistes |
Algo despistado debía andar yo, ciertamente, para no haber solicitado antes que me reservaran el taxi para el viernes y la vuelta el lunes. El caso es que al llegar el jueves por la tarde-noche al apartamento me di cuenta y envié, raudo y veloz, un correo solicitándolo. Y entonces ya me volví a descuidar/despistar. Fue casi lo único que debí hacer si exceptuamos que cabe la posibilidad de que volviera a comer halusky pero esta vez con estofado en vez de con queso. El de queso sin duda está mejor.
miércoles, 5 de agosto de 2009
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29/07 Conociendo la ciudad |
El miércoles de la semana pasada, hace justamente una semana, decidí que había que moverse (tenía que moverme) y que lo mejor que podía hacer era darme un paseíto hasta el centro prescindiendo de autobuses, tranvías y, por supuesto, taxis. Así que nada, empecé a caminar y caminar y caminar y a los 10-15 minutillos ya estaba en el que era mi antiguo hotel. Una vez ahí, cogí el camino que debía haber tomado la primera vez cuando intenté coger la hipotenusa pero ella fue más rápida que yo. Serían unos 5 minutos hasta el lugar donde en cierta forma "empieza" lo que podríamos llamar centro, pero que no es todavía el centro histórico de Bratislava.