jueves, 27 de agosto de 2009

10/08 Business Class

Ha pasado más tiempo del que me hubiera gustado pero las cosas son como son y no de otra manera. Me arriesgo a … mejor dicho, es seguro que ya habré olvidado muchos detalles y posiblemente inventado otros nuevos por lo que en cierta forma esto también tiene su interés :-). Además otras veces que me ha pasado, también me he sorprendido recordando momentos puntuales que ya creía casi olvidados. Esta vez no será diferente así que empecemos.

Ese lunes volé desde Málaga hasta París sin demasiado que comentar excepto que debí dormir una horilla o así y posteriormente me puse a leer. Me bajé del avión, cogí el autobús camino de la terminal y, al llegar allí, me di cuenta de que había perdido el marcapáginas que había cogido el viernes anterior. Aproveché que a la llegada a la terminal hay un Relay un poquito más pequeño que el otro en el que había cogido el marcapáginas y cogí otro que sustituyera al perdido (supongo que se me caería en el avión). o al menos no recuerdo nada remarcable.

En la puerta de embarque, procedí "comme d'habitude" y tras la obligada espera, abrieron y empezamos a pasar. Al llegar yo, pasaron el billete de Air Europa y el aparato se iluminó con un rojo que no parecía presagiar nada bueno. Supongo que estaría intentando decidir en qué idioma iba a hablar con el azafato y qué iba a decirle cuando él me dijo algo. Creo que era que si hablaba francés. Al ver mi DNI me preguntó que si hablaba español. En ese momento creo que le respondí que sí hablaba francés y luego que sí que era español (ya dicen por ahí que mi cerebro va con retraso para según qué cosas :-D). No hubo lugar a mucha confusión pues el azafato procedió a decirme que iba a volar en clase Businees. Le pidió un billete a su compañera de al lado, que se lo dio y él me lo entregó a mí. Le di las gracias y marché para dentro.

Precisamente, después de tantos viajes, me había preguntado recientemente cómo debía ser volar en Business pues si bien otros compañeros lo han hecho ocasionalmente por el motivo que fuera (normalmente por overbooking y la compañía aérea los recolocaba en Business), yo todavía no lo había experimentado. Solo sabía lo que decían por los altavoces que era que estos pasajeros recibían un almuerzo caliente en vez del sándwich frío que nos dan a los humanos. Por cierto, que también tengo pendiente una reflexión en el otro blog acerca de por qué los que tanto abogan por la igualdad de todas las personas no se quejan por el clasismo que supone viajar en Business, pero eso es otra cosa. A ver si me da tiempo.

Así que a lo que vamos, entré en el avión con mi mochila del Decathlon curtida en mil partidos y algún que otro viaje y me senté donde indicaba mi billete. A mi lado (con un sitio de por medio por eso de ser clase Business y viajar más cómodo) había una chica que parecía, cuando menos, emocionada. La reacción normal del lector en este punto será pensar que estaba emocionada de verme a mí. No en vano hay "cienes" y "cienes" de personas que solo viven para ello. Pues no, no era el caso. No tengo ni idea de si lloraba porque tenía miedo a volar, porque le había dejado el novio o porque le había entrado algo en el ojo. El caso es que la azafata le ofreció traerle algo. Ella, en un perfecto alemán, pidió una cocacola. La azafata se la trajo y pareció calmarse. Tras eso, o antes, no sé, se dirigió a mí en un también perfecto francés para que me apartara y pudiera ella colocar su maleta, su bolso o lo que fuera en los compartimentos de arriba. La verdad es que no la entendí muy bien pero bueno, tampoco era muy complicado adivinar lo que quería.

Y con estas el avión despega y la azafata vuelve a preguntarle a la chica si quiere algo (creo que dijo que no) para poco después servir la comida con la cual volvió a preguntar si quería algo a lo que la chica creo que pidió una ginebra o algo así. Yo pedí agua y la azafata se quedó más planchadilla, pero es lo que hay. Nos sirvieron la comida, diferentes panes para elegir, gambas con tomate, ensalada y arroz cocido, carne con no recuerdo qué acompañamiento y algo de postre; supongo que algún tipo de pastel.

La experiencia sin duda resultó gratificante, aparte de la rara experiencia de viajar con María Magdalena al lado durante los primeros compases del vuelo, claro está. La azafata no cesaba de preguntar si no quería nada más (debe ser raro que solo pidan agua y como además me habían puesto dos botellitas …). El resto del vuelo lo pasé leyendo tranquilamente, más cómodo que en clase turista pero leyendo igual. Al final el avión llegó, la azafata me dio las gracias, yo se las devolví (o al revés), mi compañera de viaje no recuerdo pero supongo que saldría pitada deseando salir del avión y yo me dirigí a la salida a buscar al taxista, como siempre.

Bueno, no. Antes de buscar al taxista salí a comprobar que, de nuevo, mi maleta no estaba entre las que salían por la cinta. Esperé un tiempo prudencial y fui a poner la pertinente queja. Allí el chico de Air France (normalmente era una chica de ascendencia india) me dijo que todo lo que sea estar menos de hora y media en París prácticamente conlleva que la maleta llegue con retraso. Tras poner la queja sí que salí a buscar al taxista que supuestamente debía llevar un rato esperándome.

Y creo que fue esta vez la vez en que me encontré con mi "taxista favorito" pues el hombre es así cincuentón, muy amable y este verano veraneaba en Mallorca con su señora. Le pregunté porque llevaba un rato esperando al que debía recogerme y él había llegado hacía un momento sin prisas por lo que suponía que no me buscaba a mí. Él me dijo que iba a llamar a su jefe y llamándolo estaba cuando llegó su compañero. Se disculpó y nos dirigimos para Bratislava a donde llegaríamos casi a las 14:00 o así.

Una vez en el trabajo, pues la cosa normal, más o menos como siempre. En este caso preparando precisamente las cosas con las que estamos ahora pero poco más. Del trabajo salí no demasiado tarde pues pensé que mejor era recoger la copia de las llaves ese mismo día más que al día siguiente. Debían casi las 6 y media cuando salí y el objetivo era llegar a la oficina donde tenía que recogerlas antes de las 7 y media. Consulté con un compañero la mejor opción y la seguí. Primero dejé las cosas en el apartamento (no quería ir cargando con las dos mochilas todo el rato) y luego bajé a coger el autobús número 70 que era el que paraba cerca del edificio. Por un momento pensé que lo había perdido y tendría que esperar pero un par de minutos más tarde llegó y supe que más o menos iba bien de tiempo.

Me bajé del autobús donde me indicaron y empecé a caminar hacia donde creía que debía dirigirme. Pronto vi que me había equivocado de dirección así que tuve que dar un rodeo en el que tampoco perdí demasiado tiempo. Sobre las 19:20 llegué al edificio. No me querían dejar pasar sin la tarjeta (que me había dejado en el apartamento) y tras decir yo que si tenía que firmar me dijeron que pasara pero que me diera prisa. Subí (recuerdo que llevaba mi paraguas pues en la web ponía que esa tarde-noche llovería) y me encontré con la recepción cerrada. Todavía faltaban 10 minutos para la hora oficial de cierre así que me extrañó mucho. Tras sesenta segundos preñados de incertidumbre (hay que darle un toquecito literario al tema) llegó la secretaria y abrió la puerta.

Le comenté que iba a recoger las llaves y se quedó a cuadros pues no sabía nada. Empezó a rebuscar por allí y finalmente las encontró. Me ofrecí a identificarme … just in case pero no fue necesario. Cogí las llaves, uno o dos caramelos y bajé. Salí del edificio echándole una mirada al bedel en la que se podía leer … "ya te decía que serían solo 5 minutos".

Tras recoger las llaves, procedí a darme una vuelta por territorio inexplorado. En este caso se trataba de llegar al centro comercial pasando previamente por el "puente de hierro". Llegué a la orilla del Danubio y giré hacia donde estaba el puente. Pasé al lado de una estatua que recordaba los tiempos del comunismo aunque mi incultura me impedía relacionarla con nada en concreto. En particular se trataba de dos partisanos, uno que parecía un personaje de cómic, no sé si un capitán de alguna nave con un parche en un ojo. Pues así estaba este personaje con un parche en un ojo herido llevando a otro partisano herido de gravedad mientras con la otra mano empuñaba una pistola.

Pasé el monumento y llegué al puente. La verdad es que el puente acojona. Es bastante estrecho y dos autobuses tienen casi pararse para asegurarse de que no se tocan (lo viví a la vuelta estando dentro de uno). Por fuera, hay unos pasos peatonales con el suelo de madera y la peculiaridad de que la madera se va hundiendo conforme la vas pisando. El efecto es un tanto curioso cuando ves a una bicicleta venir hacia ti con toda la normalidad del mundo pero si como yo tienes miedo a las alturas sin barandilla ya la curiosidad se pierde. A pesar de todo es una experiencia bonita que quiero repetir aunque esta vez con la cámara en la mano. A ver si pudiera ser y fuera hoy. Por cierto, el puente se tarda bastante en cruzarlo porque el Danubio lleva un poquito de agua de lado a lado.

Tras el puente llega el parque más antiguo de Europa Central. Eso es algo que aprendí al día siguiente pero que noté ese mismo día. Los árboles son impresionantes, muy altos y se ve a la legua que no llevan dos días allí. Visto desde afuera, realmente no parece un parque sino casi un bosque. Entonces ya entras y ves a la gente haciendo deporte o sentada en bancos o lo que sea.

Terminé de cruzar también el parque y llegué al otro parque, el comercial. Allí aproveché para comprar algo de ropa de deporte, unos pantalones cortos y poco más. Finalmente cogí el autobús camino del apartamento (me di cuenta que el autobús paraba justo en frente del hotel que tuve al principio y yo como un tonto cogiendo taxis que me clavaban :S).

Y ya está, queda el día siguiente en el que terminé de preparar alguna de las cosas, compré otras de comida y, sobre todo, me dispuse a inflar el colchón. Saqué mi inflador que había comprado ex profeso en el Lidl y me di cuenta de que no hubiera estado mal de haber tenido que inflar una rueda o un balón de fútbol, pero que para un colchón, como que no valía. Así que nada, todo hacía presagiar que me haría falta alguna máquina de inflar con compresor que realmente no tenía. Hasta que me di cuenta de que sí que tenía una máquina de inflar con compresor que tendría que servir sí o sí … YO. Y puse a soplar y a soplar como el lobo de los cerditos contra la casa de ladrillos. Y como el lobo, por más que soplaba aquello no se movía. No sé la de veces que tuve que dejarlo porque me mareaba del esfuerzo pero imagino que entre la mil y la mil quinientas aquello empezó a coger algo de volumen y luego un poquito más y luego un poquito más hasta que ya quedó más o menos aceptable. A la mañana del día siguiente le daría los tres o cuatro últimos soplidos y ya está. Lo malo fue cuando me enseñaron que el sofá del ikea sí que era sofá cama y sí que la cama sí que se podía sacar … un poco más y rajo el colchón inflable :-).


Un saludo, Domingo.

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