jueves, 26 de noviembre de 2009

13/11 Dovidenia II

El jueves fue bastante tranquilo, como lo sería el viernes. Ayudó el hecho de que uno de los que tenía que hacer cosas enfermó y mi labor quedó prácticamente restringida al KT o Knowledge Transfer con los que serían mis sustitutos. Bueno, eso y que también mi jefe habló conmigo para agradecerme el trabajo y darme su punto de vista sobre las cosas que había hecho bien y las cosas en las que debía prestar atención en un futuro.

Por lo demás, quizás lo más señalable sería que por la noche cayeron esos callos a la Bratislava que quedaban. Eso sí, el final quizás no fue el que merecían porque puse un poco de arroz para acompañarlos y, una vez el arroz estaba hecho, añadí los callos (uno de los dos tipos de gulash que había por allí) para calentarlos. Mientras se calentaban, terminé de hacer la maleta. No debió ser mucho tiempo, pero sí el justo para que el arroz se pegara al fondo a mala idea. Así que mis callos de despedida estuvieron ligeramente, aunque solo ligeramente, quemados y casi sin arroz. A pesar de todo estaban buenos, no me quejo.

El jueves por la noche lo dejé todo listo a falta de meter en la maleta al día siguiente el pijama y poco más. El viernes por la mañana cogí mi maleta, mi mochila con las cosas sueltas que llevaba, mi paraguas y pertrechado con la chaqueta, los guantes y el gorro di el último paseo desde el apartamento hasta el trabajo.

Una vez allí, tuve un sustillo con algo que no funcionaba (ya sabía yo que algo tendría que salir) pero al final pude ver lo que era y no era en sí un fallo. Por si acaso, hice un cambio para intentar evitar que pasara en un futuro y, junto con la última sesión con mis sustitutos me empecé a despedir de todo el mundo o al menos de todos los compañeros. Entonces me encontré con la sorpresa de que me habían llevado como regalo chocolate eslovaco y una botella de medio litro de Kofola. Ciertamente era algo testimonial pero lo realmente importante era el detalle, detalle que no habían tenido otros compañeros con los que, a lo largo de mi asignación allí, había tenido más trato.

Como momento divertido, uno de mis sustitutos le preguntó algo al que me había hecho el regalo, en un perfecto eslovaco, todo hay que decirlo. Y el del regalo respondió que no. Entonces yo dije que sí, que yo lo pagaba. Y a mí ya me respondió en inglés que no, que no hacía falta y tal. A lo que yo le pregunté: "Vale, pero la pregunta en eslovaco era esa, ¿no?". Y se rieron :-). Entonces comprendí yo también por qué el "regalante" me había preguntado durante la comida si llevaba la maleta llena.

Por cierto, la comida de despedida fue bastante apropiada, los halusky con queso que tanto me gustaban. Tanto que resistí mi reticencia tras la experiencia con la gastroenteritis, a pesar de que no creo que fuera el queso, sino en todo caso la salsa de yogur.

Tras la primera despedida, cogí todos mis bártulos y crucé el edificio para ir a devolver el portátil y la tarjeta de entrada. Antes, me pasé por la sala donde estaban mi jefe y el resto de compañeros, incluyendo el auditor italiano que ya había conocido yo en Málaga hacía año y pico. Allí estuvimos departiendo unos minutillos antes de mi "departure" y tras los típicos saludos y reparto de buenos deseos, volví a coger los bártulos y me fui con mi música a otra parte, la parte donde se devolvían los portátiles y la tarjeta de identificación, claro está. Una vez finalizados estos trámites, incluyendo las llaves del apartamento que las dejé también en recepción, me fui a esperar el taxi.

Aquel día había pedido el taxi media hora antes de lo normal. Siempre salía con la hora pegada al culo que diríamos nosotros y para el último día me apetecía ir con algo más de tiempo. Pero, a pesar de todo, me encontré con que había bajado quince minutos antes de la hora que le había dicho al taxista. Así que aproveché, abrí la maleta, metí la Kofola ya que esa vez sí que la iba a embarcar y me senté en un gélido banco de piedra a leer hasta que llegara el taxi.

Afortunadamente no tuve que esperar mucho, lo cual me vino bien porque mis asentaderas empezaban ya a quejarse del frío de la piedra. Llegaron dos taxis a la vez y, para no variar, me dirigí al que no era (que era al taxi cuyo conductor conocía). Fui para el otro, metí la maleta, el paraguas y camino a Viena.

Una vez en Viena, saqué los billetes pues con las prisas se me había olvidado hacer la reserva por internet. No me vino mal porque me dieron también el billete del París-Málaga y además el sitio creo recordar que no era malo.

Facturé la maleta, entré en la sala VIP y allí me acoplé en uno de los ordenadores que había libres junto a mi provisión de pedacitos de pastel, barras energéticas para llevar, cosas para untar en el pan y el Schweppes de limón amargo. Esa vez no hub Aproveché el tiempo para escribir en el blog las cosas que iba recordando y, entre una cosa y otra, dio la hora de tirar para la puerta de embarque, con la duda de si mi paraguas sería un impedimento. Afortunadamente no lo fue.

Entré en el avión con la tranquilidad de saber que no tendría que preocuparme de la maleta, a pesar de que sabía que al final del día tendría que abrir la correspondiente reclamación a Air Europa. El avión llegó a la hora prevista y, sin las prisas de otrora, pasé por la librería donde esta vez no compré ningún libro y de ahí a la sala VIP.

Allí, me encontré de nuevo con mi ex-compi, cogí un par de yogures y un plátano y ... para el avión. Esta vez tampoco hubo ningún espectáculo de gente gigantesca que se quejara por viajar en un sitio ínfimo, ningún "Je descends", nada. El viaje discurrió perfectamente, el "parato" tomó tierra en Málaga, puse la reclamación de la maleta y cogí el último taxi camino de casa. En el contador de viajes, la cuenta atrás había llegado a cero. Las vacaciones de verano me esperaban ... y en ello estamos :-).

Un saludo, Domingo.

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