martes, 24 de noviembre de 2009

06/11 De contrabando y Je descends

Tras la impresión de la nieve, el resto de la semana fue más tranquilito. Algo de lluvia, incluso sensación de que lo que caía a 20 ó 30 metros de altitud era todavía nieve, pero nada que hiciera pensar que esto era así una vez bajabas a comer. Por lo demás, en el trabajo se empezaba a notar que yo me iba a la semana siguiente y querían que dejara listo todo aquello que pudiese quedarse listo.

Mientras, por la noche me iba dedicando a comerme las pocas provisiones que me iban quedando. Así, cayeron un par de sopas de noodles instantáneos y las salchichas esas resecas, que a pesar de todo estaban muy buenas. Además, pedí al equipo encargado de todo lo relacionado con el alojamiento que me devolvieran de una vez las sábanas que me había llevado para allá y que ellos habían cogido para llevarlas a la tintorería tres semanas antes. Lo hicieron y las pude meter en la maleta que volvería a llevar para Málaga, de nuevo sin facturarla.

En lo concerniente a la maleta, al final de esa semana ya solo quedaba la ropa que usaría la semana siguiente y poco más. Aparentemente, las cuatro o cinco semanas que había estado transportando cosas de vuelta a Málaga habían dado sus frutos. Ciertamente tuve que traerme todo lo que me llevé, las cosas que había comprado allí y alguna que otra más que a saber de dónde salieron :-). Esa semana, además, también tuve que transportar de vuelta un pequeño cargamento de contrabando. El contenido ... pimentón dulce.

Debió ser el jueves, estaba chispeando pero no llovía. Salí del apartamento un poco antes y me dirigí al mercadillo de al lado del apartamento. Solo un par de veces había estado yo allí y nunca por la mañana. Vi a un montón de personas de aquí para allí haciendo sus compras mientras yo lo iba recorriendo en busca del pimentón dulce que me habían encargado comprar. Tras pasar por algún que otro tenderete "de chinos" con las típicas cosas de bazar, de telas, de fruta etc., llegué al que andaba buscando.

Allí, aproximadamente en medio de todo, estaba un señor rodeado de bolsitas de diferentes sabores, olores y colores. En muchas de ellas había Sladká paprika o pimentón dulce, que era el que yo perseguía. Supuestamente ese debía ser más o menos casero y por tanto bueno, más o menos como el de Budapest. Así que compré; dos bolsas de medio kilo para ser más exactos. ¿El precio?: 0,93 euros los 100 gramos si no recuerdo mal. Además, me resultó curioso pues tenían bolsitas con 100, 200, 300, 400, 500 y 1000 gramos y todas ellas al mismo precio, 0,93 euros los 100 gramos. No era como en otros sitios que por comprar más te salía algo más barato.

Y poco más, metí las bolsas de pimentón dentro del maletín del portátil y para el trabajo. Luego por la noche, las sacaría y nada más abrir el maletín pude notar el olor que emanaba la bolsa que a su vez contenía las dos bolsas de pimentón. Cogí, metí la bolsa que contenía las dos bolsas dentro de una tercera de basura, a la que di unas vueltas y para dentro de la maleta. Muy mal debía tratar la maleta para que aquel oro rojo sufriera algún daño.

Finalmente, el viernes cogería mi maletita, el resto de mis cosas y para el trabajo. Una vez allí, pues lo mismo de siempre y, sobre las 15:30, el taxi para Viena. Allí, me encontré de nuevo con que no tenía el billete para Málaga y que lo tendría que pedir de nuevo en París. Como quiera que ya sabía como iba aquello, me dirigí a la sala VIP para picotear algo antes de marchar para la puerta de embarque.

Allí, lo primero que hice fue ir a coger una de las barritas de cereales que regalaban a modo de promoción. Entonces la chica me miró con mala cara y musitó algo. Pregunté si era a mí y entonces la chica pareció un tanto azorada. Supongo que sería mi magnetismo personal. O bien eso o bien que se había dado cuenta de que iba a echarme la bronca por coger la barrita de cereales para llevármela cuando en realidad yo no iba a abandonar la sala sino de camino a la zona donde estaba el resto de la comida. Así que me preguntó si me iba, le dije que no y ya no me dijo nada más.

A decir verdad, era algo que casi me esperaba porque otras semanas había aprovechado yo la coyuntura para coger un par de barritas para el camino, antes, durante o después del refrigerio, y pensé que lo mismo no les hacía mucha gracia. Pero esta vez no, esta vez (y sobre todo después de la clara intención de la chica) cogí mi barrita de cereales y me la comí allí. Ciertamente era muy buena aunque eso que decía la publicidad de que eran un Brain Booster habría que verlo.

Tras la barrita, aproveché también para coger mi Limón amargo Schweppes, los pastelitos de turno. Casi cuando me iba, llevaron además los patés para la cena (eran las 4 y media y a partir de esa hora ya es de noche en Viena). En particular pusieron uno que era un tanto curioso, el Chicken Tika spread. Incluso arriesgándome a que luego me tuvieran que llamar por megafonía (no sucedió) no pude resistirme a la tentación y tuve que probarlo. La verdad es que no estaba mal y, si bien era un pelín picante, algo más que en los restaurantes indios de aquí, la verdad es que se dejaba comer.

Tras el refrigerio, cogí mi maleta, mi avión (ayudado por el hecho de que me situé en un sitio apropiado para pasar de los primeros y así no tener problemas con la maleta) y poco después aterrizaría en París más o menos a la hora de siempre. Bajamos del avión, probé si podía sacar la tarjeta de embarque en las máquinas automáticas (me dijeron que nones) y a continuación al correspondiente puesto de Air France. Allí me asombré cuando vi que me dieron un pasillo bastante adelantado pues suponía que ya solo quedarían asientos en la parte de atrás.

Tras obtener la carta de embarque, me pasé por la librería y compré un par de libros en francés. Había que aprovechar pues a saber cuándo se iba a volver a presentar la ocasión. Tras eso, entré en la sala VIP donde me encontré de nuevo con mi ex-compañero de trabajo que estaba allí con uno de sus jefes con quien intercambié unas cuantas palabras en francés (me preguntó por mi trabajo en Bratislava). Yo creo que se pensó que era un freelance como mi antiguo compañero de trabajo. Tras eso, cogimos carretera, manta camino de los rayos X.

Allí, fuimos testigos de una curiosa pelea entre alguien que quería pasar sin enseñar la tarjeta de embarque y el personal de Air France que decía que tenía que mostrar el documento correcto. Pero no fue eso lo más curioso, lo más curioso fue que me muestran el contenido de la maleta en los rayos X y me preguntan por un par de círculos que aparecían como a mitad de la imagen. Les dije que no recordaba lo que había puesto allí que tuviera esa forma y entonces me mandaron junto con otra chica que era la encargada de abrir maletas.

Creí entender que la de los Rayos X le decía que "no era orgánico" pero que no sabía qué era. Yo pensé que podía ser una pequeña funda de almohada que me había llevado en su momento para Bratislava y que había doblado de forma un tanto rara, pero no comprendía el por qué de esa forma circular. Abrí la maleta, señalé un objeto y me dijeron que no. Entonces me señalaron una bolsa con un sospechoso contenido rojo, en dos bolsitas para ser más exactos, y que a los rayos X aparecían como dos círculos. Entonces lo comprendí todo.

Le dije en un francés deficiente que eran especias mientras preguntaba a mi ex-compañero cómo se decía la palabra en francés. Resultó que casi lo había dicho bien. De hecho la chica nada más escuchar la palabra defectuosa lo comprendió todo y me dijo que no había problema. También es posible que lo oliera porque fue nada más abrir la maleta y salir un potente olor a sladká paprika. Luego pensé que lo curioso era que no me hubieran dicho nada en Viena. Aunque quizás lo que había dicho la de Rayos X es que era orgánico y por tanto no debía tratarse ni de ningún tipo de explosivo plástico ni de drogas. Pero vete a saber.

Así que nada, a la puerta de embarque y a continuación al avión. Allí me encontré con que mi sitio en el pasillo estaba ocupado por un señor francés, bastante protestón que decía que no se podía poner en medio porque el hueco de los asientos era bastante pequeño y él bastante grande. Efectivamente así era pero si ya lo sabía debería haber pedido desde el primer momento (agencia de viajes o llegar muy pronto al aeropuerto) que le dieran una salida de emergencias. Evidentemente no era mi culpa y yo no podía hacer nada. La azafata se lo explicó y él, refunfuñando, se puso en el asiento del medio mientras yo ocupaba, de forma bastante incómoda, el del pasillo.

Mientras, la azafata hablaba con más gente diciendo que el avión iba lleno y que todavía tenían que llegar siete u ocho personas. En cualquier caso, si no llegaban, la tripulación ya procedería a barajar pasajeros para que todo el mundo fuera contento. Yo medio rezaba para que faltara gente y no tuviera que aguantar dos horas y media al francés al lado. Mientras tanto, yo continuaba leyendo. Unos minutos después, un señor de unos casi sesenta años se acerca con cara descompuesta a la azafata y le dice en un impecable francés: "Je descends, je descends". La azafata, para no ser menos le responde en un castellano también impecable: "¿Entonces no quiere volar?. Y él, repetido como un disco rayado volvió a la carga con que se bajaba. Y digo que si se bajó. El único problema es que, con él, debía ir todo su equipaje de mano o no de mano, condenando al avión a salir con retraso.

Efectivamente, salimos con retraso pero al final la llegada fue más o menos a la hora prevista así que tampoco fue para tanto. Además, al final faltó más gente y yo ni siquiera tuve que moverme mucho para pasar a otro lugar más cómodo. En la misma fila, en el otro lado y junto a la ventana además, hubo un sitio para mí. Al acabar el vuelo me esperaba el último fin de semana antes de mi vuelta definitiva.

Un saludo, Domingo.

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