jueves, 26 de noviembre de 2009

09/11 Dovidenia I

"Dovidenia" viene a ser como el "adiós/hasta luego" que se utiliza al despedirte de alguien a quien no conoces, en contraposición con el "Dovi" que se usa con los amiguetes. La verdad es que me cuesta trabajo decidirme entre si lo traduciría por "adiós" o por "hasta luego" pero bueno, tampoco es que la diferencia sea muy importante. Lo importante es que ese lunes era el comienzo del fin de la asignación y el comienzo de los últimos cuatro vuelos.

En concreto, con respecto al primer vuelo, creo que recordar que me presenté más o menos a la hora de siempre y en la cola me encontré con mi ex-compañero que acababa de facturar y se dirigía ya hacia la sala VIP. Yo saqué mis billetes y me sorprendí gratamente al ver que me daban la ventanilla de una de las primeras filas. Tras eso me dirigí a los rayos X y mientras esperaba para pasarlos me fijo en un policía que aparentemente salía de trabajar. Al mismo tiempo, un par de chavales, casi niñatos diría yo, lo abordan intercambian un par de palabras con él y le muestran una placa. Tras mostrarle la placa le comentan algo así como: "es que estamos destinados en el aeropuerto de Palma".

El policía les da el visto bueno y ellos entran dentro sin pasar por la casilla de salida, es decir por el arco de los Rayos. Otra vez vuelve a quedar claro que todas las famosas medidas de seguridad que te impiden, entre otras cosas, llevar un bote de desodorante o una lata de refresco (el que quiera publicidad que pague :-P) son medidas destinadas única y exclusivamente a desalentar a "graciosillos" o personas que tengan el juicio obnubilado. Una persona que quisiera pasar por los Rayos X de forma impune tan solo necesitaría una buena falsificación de la placa y, quizás, algún policía que no compruebe su identidad.

Tras esto, pasé a la sala VIP donde desayuné mi consabido tazón con cereales y, prácticamente sin solución de continuidad, montamos en el avión. Allí, estaba yo leyendo sin prestar mucha atención cuando me parece escuchar en inglés que el tiempo estimado de vuelo para el día era de dos horas y cuarenta minutos, aproximadamente veinte minutos más de lo habitual. Al recordar los problemas para embarcar de la semana anterior, se me encienden las luces de alarma y presto atención para ver si la información se ratificaba. Efectivamente, en francés dicen de nuevo lo de los cuarenta minutos. No lo había escuchado en español pero, parece que había poco margen para la duda.

En cualquier caso, habida cuenta de que no estaba en mi mano acelerar el avión o cambiar la dirección del viento, me puse a dormir. Me despertaría más o menos a la misma hora que siempre pero como el vuelo tardaba más, no tuve más remedio que intentar volver a dormirme. Eso pasaría un par de veces y, finalmente el avión aterrizó a la hora prevista ... suficientemente tarde como para que no me diera tiempo a re-desayunar en París. Afortunadamente, esa vez me encontraba en la parte delantera del avión por lo que iría en el primer autobús que saliera rumbo a la terminal. Y también afortunadamente, ese autobús no se vio interrumpido por ningún avión. Así que, junto a mi maleta, llegué a la puerta de embarque poco después de que la hubieran abierto, pero antes de que hicieran la última llamada.

Entré en el avión con destino Viena y .. el resto como siempre. En Viena cogí el taxi para Bratislava y, a diferencia de la vez anterior, continué leyendo en vez de contemplar el paisaje por última vez. Una vez en Bratislava, a trabajar.

Aquella semana fue probablemente la de más trabajo de todas. En cierta forma era lógico, ya se sabe que si no fuera por los últimos minutos habría un montón de cosas que no se harían. Si no recuerdo mal, tanto lunes como martes salí a casi a las 10 de la noche. El martes, además, recibí un correo preguntándome si era posible visitar el apartamento con posibles nuevos inquilinos. Contesté que sí. El apartamento ciertamente no estaba impecable pero sí visible. Pero el caso es que, en general, todas las mañanas dejaba el apartamento dejándolo medianamente arreglado pero justo aquella había salido dejando platos en el fregadero y la cama sin hacer. Así que, tras la comida, aproveché para ir al Lidl a hacer la última compra, (algo de zumo, unas galletas para Málaga y poco más) y para pasarme por el apartamento para dejarlo todo y quitar las cosas del medio.

Lo malo fue que, aunque llevaba paraguas, el viento descargaba en mí casi más agua que la que el paraguas paraba. Así que llegué al trabajo un pelín empapado, pero bueno.

En lo que al tema "cenas" respecta, lunes y martes fui terminando las provisiones que que quedaban, a falta posiblemente de un par de sopas de Noodles y de los callos a la Bratislava que me quedaban. El miércoles, sin embargo, probé algo que no había probado hasta entonces, sus pizzas.

Serían cerca de las ocho cuando nuestro jefe nos dijo que había pedido pizzas. La razón era que al día siguiente empezaban con la entrega de la documentación y debían estar ultimando los detalles que creyeran oportunos. Yo por mi parte me dedicaba también a dar los últimos toques a las cosas que prefería hacer yo en vez de que tuvieran que hacerlas mis sustitutos. Por mucho que hayamos estado las últimas tres semanas con reuniones diarias para enseñarles cómo funcionaba todo, ellos seguían sin tener la experiencia necesaria para ello, experiencia que no se adquiere en un mes a base de charlas sino durante años trabajando con esa tecnología en concreto. A pesar de todo, ayer me comentaron que habían resuelto uno de los problemas que a mí no me dio tiempo de resolver. Ciertamente no era demasiado complicado, pero al menos lo hicieron ellos solos.

Yo ya estaba hambriento cuando llegaron las pizzas y las fantas que habían pedido. Antes de coger la mía, aproveché para ir a la cafetería por servilletas, que nadie había llevado y tras dejarlas allí, le hinqué el diente a mi primer trozo de cuatro quesos: deliciosa. Luego probaría otras, con salami, con no sé qué cosas más, pero la cuatro quesos sin duda fue la mejor. Tanto que un par de horas más tarde, antes de salir, no pude evitar la tentación de coger otro pedazo y comérmelo.

Tras la cena, continué con mi trabajo y, afortunadamente, pude acabarlo. Coincidió entonces que también acababan los compañeros que quedaban allí y los esperé para salir juntos. Cuando salimos, yo me dirigía ya al apartamento cuando me dijeron que me acercaban en el coche. La verdad es que no hubiera sido necesario pues no me importaba caminar un rato (era tarde pero no tanto y la zona era segura), pero ellos insistieron y me dejaron en la puerta del apartamento.

Allí, casi terminé la maleta (la terminaría al día siguiente) y me acostaría para afrontar los dos últimos días que, por suerte, fueron más tranquilos.

Un saludo, Domingo.

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